Si, la carne de Francis Bacon porque es su lenguaje, el cuerpo, las caras, el retrato.
Hay pintores que, teniendo un estilo muy personal y claramente «suyo», también te enseñan de quién han aprendido con solo mirar sus obras. Esto es lo que me ocurre con Francis Bacon. Veo a Velázquez, veo a Lucien Freud, ¡veo a Goya!.
Y luego querida mía -hablo para mí- ¿por qué andas pintando lo que pintas con colores alegres y motivos suaves, ligeros casi superficiales?. Me lo pregunto muy a menudo. No tengo más que hurgar dentro de mis obsesiones y ponerme a labrar el papel. O la tela. O lo que sea.
Aquel día lluvioso en Roma, en la Galería Doria Pamphilj, me encontré por sorpresa con aquel Inocencio de Velázquez. Y una no puede quedarse sin sentir nada al mirar ese cuadro. Fue un torbellino. No hay mejor manera que ver un museo en soledad, para reflexionar sobre lo que estás viendo y tomarte el tiempo de mirar. Aquel cuadro me llevó a Bacon.
Obsesiones de un diario de vida: la maternidad, esta es la última. No tanto la sangre, un parto o la parte más gore. La maternidad como estado mental.
Y para terminar Jeremy Irons interpretando palabras de Bacon, la belleza vital está aquí:
Otro día dedicaré un #WomenIAdmire a Ana Álvarez-Errecalde, que bien lo merece por su obra en torno al mismo tema, aunque tampoco será apto para todas las miradas.
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